jueves, 20 de diciembre de 2012

Tarta jardín

¡¡Hola!!

     Hoy vengo con una entrada que no le va absolutamente nada a estas fechas. Yo tenía pensado algo super navideño, como unos cupcakes de turrón o una tarta cubierta de alegres renos. Pero no ha podido ser. Por motivos de trabajo estoy otra vez viviendo en un hotel y claro, no tengo ni horno ni encimera ni fondant ni nada. Por no tener, no tengo ni un triste trocito de turrón que llevarme a la boca.
     Sin embargo, este pequeño contratiempo no me va a impedir que siga publicando en el blog, ya que aún guardo bajo la manga muchas cositas que no os enseñado. Es decir, que me toca tirar de archivo.

     Hoy os voy a enseñar una tarta que hice hace unos meses. El bizcocho era de vainilla bañado en almíbar de baileys y estaba rellena de buttercream de moka. La cubrí de fondant y todas las decoraciones las hice con fondant también. Es un camino bordeado de macetas que me recuerda a las escaleras que suben a casa de mi madre.


     Mi madre tiene un don con las plantas que yo por desgracia no he heredado. Es increíble ver todas las plantas de las que se ocupa y ver cómo no sólo no se le mueren, sino que cada día están más bonitas y más lustrosas. Al atardecer sale al jardín ataviada con sus zuecos amarillos de plástico blandito y su manguera y allá que va, regando a todo bicho viviente que se encuentre (incluido el pobre perro como ose cruzarse en su camino).


     Yo soy todo lo contrario a ella. Me encantan las plantas pero, planta que toco, planta que muere. Es alucinante. He tenido todo tipo de plantas y nunca ha habido manera. Algunas aguantaban unos días para, de repente, empezar a pocharse y morir trágicamente. Otras lo hacían sin miramientos, era ponerlas en casa y morirse sin más, como de un ataque repentino. Otras eran más discretas, y más crueles también, porque vivían aparentemente felices durante dos o tres meses y justo cuando te encariñabas con ellas... ¡zaca! Abandonaban su vida terrenal y de paso a mí también.
    
     Mi madre pensó que yo debía empezar por lo más sencillo y luego ir avanzando, así que me regaló la típica planta fea que hay que regar una vez a la semana. Evidentemente murió. Mi madre, no satisfecha con haber llevado a una planta fea a una muerte segura, me trajo un cactus. El cactus parecía haber sido una buena elección, hasta que semanas después emprendió su último viaje. Mi madre, atónita, pensó que ese pobre cactus habría llegado ya enfermo a mis manos (ilusa).  Un día se presentó en mi casa con otro cactus que, evidentemente, cogió el mismo vuelo que su predecesor.


     Ante semejante panorama, mi madre, persistente como es ella (porque yo soy cabezota, pero ella no, ella es persistente) decidió que el asunto (yo) requería de medidas desesperadas. Recuerdo su cara de satisfacción al saberse vencedora cuando puso en mis manos un precioso plato rojo metalizado sobre el que reposaba algo que parecía haber sido un repollo en el Pleistoceno. Según ella, era una planta VIVA y sin tierra que no tenía ni que regar, sólo tenía que rociarla con un spray de agua una vez cada tres o cuatro días. Para que os hagáis una idea, si un cactus es una planta "para dummies", esta planta era un cactus "para dummies". Y horrenda. A ver, tenía su punto, porque tenía un color grisáceo y unas hojas como tentáculos que le daban un aire alienígena muy molón. Pero bonita, lo que se dice bonita, no era. 
    
      Como seguro que esperábais...murió. Pero no murió en vano, porque logró que mi madre dejase de regalarme plantas destinadas a morir jóvenes. Aunque no consiguió que dejase de regalarme zapatillas de ir por casa, pero ésa es otra historia...



    Sé que esta entrada no es nada navideña, y tampoco lo serán las siguientes, pero no por eso me despido sin desearos... ¡¡¡Felices fiestas a tod@s!!! Espero que no os regalen muchas plantas :)


2 comentarios:

Agradezco mucho todos vuestros comentarios, me encanta leeros y contestar a todas vuestras dudas o sugerencias.